El concepto del Afuera de la pensadora chilena Margarita Pisano hace referencia a una propuesta ética. La ética no tiene que ver con la moral, afirma Pisano el año 1993. En el 2004, escribe Lo feo y lo bello, afirmando que la ética es inseparable de la estética: “Encuentro feo y muy feo el contenido de dominio/esclavitud que inunda las relaciones de las personas. Encuentro fea la culpa por tener un cuerpo y muy fea la heterosexualidad obligatoria” (174). Asimismo, una idea que cruzará su producción escrita será la del “cambio de los deseos” para insistir en que las modificaciones profundas pasan por “lo íntimo, privado y público” y afectan las relaciones entre humanas y humanos, y todo lo vivo; solo así podremos generar un “cambio civilizatorio”. (1).
No solo advertimos, en su discurso, fuentes que vienen de la corriente radical y de la diferencia, por ejemplo, en relación a “lo personal es político” y a concebir el orden social patriarcal a escala civilizatoria. También encontramos fuentes provenientes de la filosofía oriental: la autora fue asidua practicante de Sufi y lectora atenta de autores como Krishnamurti y Vandana Shiva, entre los años 1988 y 1991. No obstante, la visión feminista es la que prevalece a la hora de nombrar cuáles son los valores que deben ser desechados en este cambio profundo, y cuáles, recuperados, si es que hay algo que recuperar. No solo recibe influencias de la teoría feminista, también de la práctica política feminista en la que sobresalen los talleres de toma de conciencia que Pisano realizó hasta su muerte, acaecida el año 2015. Es más, la autora se define como una “tallerista” y acentúa la construcción de conocimientos a partir de este tipo de praxis. No está demás explicitar el nexo con los talleres de autoconciencia en Norteamérica y Europa, de mediados de los años sesenta, donde las mujeres usaron el método de hablar en primera persona a partir de sus experiencias.
En sus libros, encontramos palabras como valor, creencia, ideología, orden simbólico, imaginario. Si bien no significan lo mismo ni tampoco Margarita los utiliza en los mismos contextos, los términos tienen en común que aluden a la capacidad humana de construir significados; y significar el mundo y actuar en él son procesos inseparables. Por lo tanto, este cambio profundo ético al que se refiere la autora afecta el plano de lo simbólico como un territorio que debe ser intervenido políticamente con urgencia. Con otras palabras, cambiar nuestros modos de relacionarnos, de manera fundamental con nosotras mismas y nuestros cuerpos, pasa por percibir y concebir el mundo de otra forma. En los años noventa, la autora hablará de situarse en “la otra esquina”; en los dos mil, hablará de estar Afuera. Como el concepto de Afuera permanece sujeto a un adentro, la pregunta que surge es Afuera de qué.
Al respecto, Pisano dirá afuera del “orden simbólico patriarcal”. En términos krishnamurtianos, y para referirse en especial a procesos internos, la autora aludirá al “desprendimiento”. La ética del Afuera consiste, entonces, en desprenderse del simbólico patriarcal, a tal punto que ni siquiera necesitamos estar “en contra de él”. La derrota, o fracaso, de la civilización patriarcal la declaró hace décadas el feminismo radical de la diferencia –y tal vez hace siglos, ya que la resistencia de las mujeres ha sido milenaria; un fracaso sin posibilidad de mejora ni de reparación. De aquí se despliega que, en un plano político-público, estar afuera del orden patriarcal incida en desmitificar la igualdad de los sexos, no participar de las políticas reformistas del feminismo reivindicativo y de derechos, y deshacer el deseo de pertenecer y, por lo tanto, de demandar espacios a las instituciones patriarcales, por ejemplo, a la institución académica.
En consecuencia, no hay nada que nos interese del orden simbólico patriarcal o “régimen del uno”, así lo denominan las italianas y españolas del “pensamiento de la diferencia sexual” (2). No hay nada que este nos pueda brindar para desarrollar nuestro sentido libre de ser mujeres. La semióloga Patrizia Violi me ayuda a entender cómo funciona el régimen del uno cuando explica el paradigma de los géneros gramaticales como parte fundamental de la estructura de las lenguas androcéntricas, que son todas las que se hablan en el planeta, nos dice. En estas, el género gramatical masculino absorbe –o incluye- al femenino, constituyendo este el límite negativo y, como tal, la condición de existencia o complemento del masculino. De esta manera, el masculino se erige como término positivo y absoluto, y lo femenino se significa como un no-masculino, ocupando un espacio semántico negativo (3).
La palabra Hombre da cuenta, claramente, de la trampa mortal del uso del genérico inclusivo, por eso, hablamos del “uno” o, como también planteaba Pisano, del “monomio masculino femenino”. ¿Acaso esta estructura no se confirma al ser las mujeres representadas –absorbidas- por un humano genérico o sujeto universal, por el Hombre? ¿Acaso no se confirma en la vida cotidiana de las mujeres de carne y hueso que somos, que, al tergiversar, el patriarcado, nuestra apertura a la otredad en servicio a los otros, vemos cómo nuestras energías creadoras y fuerzas pensantes son absorbidas? En este sentido, el estar afuera implica también estarlo en relación a la feminidad estereotipada. La pensadora nos interpela con vehemencia para que abandonemos el servicio –emocional, sexual, doméstico, ideológico- a los hombres y a sus productos culturales, de tal manera que el orden social se fracture y el régimen simbólico del sujeto universal devele su sesgo.
La autora dirá que no rescata nada de lo femenino y que la feminidad no somos las mujeres. Sin duda, es una gran desacralizadora de la feminidad patriarcal, de ese eterno femenino, instinto maternal, intuición femenina: creencias con las que nos ha sometido el patriarcado desde épocas inmemoriales. Pero Pisano coloca el foco en otra dirección. Del lugar del oprimido no surgen cosas buenas, las mujeres podemos ser miserables, traidoras y el reflejo fiel de aquello que los hombres nos proyectan: la misoginia. Sin embargo, pienso que esta idea se puede usar desproporcionada y maniqueamente para dividir a las mujeres entre buenas y malas, puras y pecadoras, esclavas y liberadas, reproduciendo lo mismo que se critica y funcionalizándose el discurso a la lógica patriarcal, perpetuándola. Nos puede dejar atrapadas en una dicotomía que no nos hace libres, profundiza nuestra falta de autoestima y se torna paralizadora para producir reales cambios. En esto hay un límite sutil, y es que la propuesta ética se puede confundir con una sentencia moral o un dogma que, en lugar de abrir un diálogo sobre nuestras diferencias, promueva la caza de brujas y alimente egos equivocados. De todas maneras, este cuestionamiento, que formulo, requiere más reflexión y ser contrastado con el discurso de la autora.
Entonces, si nos desprendemos del monomio masculino femenino, ¿con qué nos quedamos las mujeres cuando nos quedamos Afuera? Margarita dirá con “lo humano”. Y en esto compromete cualidades como el estar expresadas, el ser pensantes, el ser rebeldes, el crear símbolos y valores, principalmente. Pisano recupera estas capacidades humanas como la creación y el pensamiento rebelde, porque, en el contexto patriarcal, que nos ha tocado en suerte, a las mujeres nos han restringido, con violencia, el acceso libre a la palabra y al mundo de las ideas, dejándonos relegadas al espacio de los afectos, la maternidad instituida y el amor romántico. Pero lo humano debe ejercerse sin imitar a los hombres, quienes, como dijimos, han representado lo humano por excelencia, llevándolo al punto de su fracaso. El viejo feminismo radical (no por eso menos vigente) dirá, en la voz de Shulamith Firestone, que imitar a los hombres solo nos ha traído superficialidad y empobrecimiento a nuestras vidas, dejándonos más ignorantes aún de nuestra historia (4).
Con otras palabras, la pensadora nos interpela a las mujeres a expresarnos, a tener proyectos creativos, a ejercer una dimensión política, a nombrar en primera persona nuestras experiencias, a desprendernos de los miedos instalados, a poner en cuestión todo lo considerado sagrado en la cultura, a estar atentas al desequilibrio de poder en nuestras vidas y a las denominaciones con las que han sido definidos nuestros cuerpos. Entonces, Pisano apuesta por un sentido libre de ser mujeres y, de esta manera, significar –o re-significar– el cuerpo, las relaciones y el mundo; es decir, crear cultura y orden simbólico, crear lengua, esto es, un marco de referencia para concebir la vida con valores como la horizontalidad, la colaboración, lo dialógico, la libertad, por nombrar algunos.
A lo largo de la historia las mujeres hemos expresado este sentido libre de ser; lo hicieron las brujas, las beguinas, las Sufragistas, las escritoras, las pensadoras, las revolucionarias, las mujeres de la Querella, las Preciosas de los salones, por mencionar algunas manifestaciones de momentos radiantes de la historia occidental. En la mayoría de estos casos, las mujeres han dejado huellas o registro escrito de sus pensamientos y experiencias, cuando estos no han sido destruidos ni quemados por los centros patriarcales de poder, y en estos registros se expresa una simbólica libre de régimen del uno o, al menos, que contribuye a su develamiento. En la mayoría de los casos también, las mujeres han estado vinculadas entre sí, fortaleciendo lazos de confianza y libertad; pensemos, por ejemplo, en la amistad de Virginia Woolf y Vita, o en Virginia Woolf y las hermanas Bronte, sus antepasadas. El vínculo entre mujeres ha sido crucial, vital, para hacer surgir la pasión creadora, y también para lograr sobrevivir en los momentos de resistencia; Adrienne Rich llama a este vínculo, y su presencia en la historia, “continuum lésbico” (5). Por último, en todos los casos, las mujeres han sido conscientes de su diferencia sexual, mejor dicho aún, han creado significados a partir de sí mismas, a partir de sus cuerpos sexuados. A estas alturas, sabemos sobre la estrecha interrelación entre cuerpo y lenguaje, así como entre lenguaje, pensamiento y cultura.
Por lo tanto, contamos con un marco de referencia que, al menos a las mujeres, nos permite abandonar el “desorden simbólico” que nos hace inseguras en el régimen androcéntrico (dependencia insana, enmudecimiento) (6). Este orden simbólico otro lo seguimos re-creando hoy. En este sentido, las mujeres no tenemos un vacío histórico en sí mismo. Otra cosa es que los centros masculinos de producción de cultura perpetúen el silenciamiento de las genealogías femeninas (y hay variadas formas de silenciamiento que las feministas hemos ido develando) e intervengan las relaciones entre mujeres con instituciones como la maternidad patriarcal y la heterosexualidad obligatoria, a las que les subyace el sentimiento de la misoginia. Margarita puso suficiente hincapié en dar cuenta de este vacío histórico en el que el sistema patriarcal nos mantiene a las mujeres, que siempre horroriza. No obstante, acentuar de manera persistente la idea de nuestro vacío, nos hace correr el riesgo, debido a la falta de referentes visibles, de darnos una voltereta y retornar al sesgo masculino que nos entorpece la mirada, la palabra y la acción.
Al respecto, pienso que, para romper el monólogo del Hombre, más que insistir en nuestro vacío histórico, es importante colocar el énfasis en el orden simbólico que las mujeres han creado a lo largo del tiempo. El pensamiento de la diferencia lo ha llamado el “régimen del dos”. Justamente, porque el dos se abre a lo dialógico como un principio existencial, a diferencia de la visión androcéntrica que, unilateral, monótona e impotente, traspasa de dominio las prácticas sociales y nuestras vidas personales. Margarita Pisano lo llamó “del afuera”. En parte, porque nuestra experiencia de extranjería, en la civilización patriarcal, esto es, de no ser las responsables de su civilización depredadora, contiene la potencialidad política de estar más allá de sus credos, banderas, honores, grados y causas… en definitiva, de sus “lealtades irreales” (7). A esto la autora se refería con el “desparpajo” de las mujeres, que yo comparo con el anticonvencionalismo que a Virginia Woolf le gustaba de las mismas, y que va acompañado del acto de asesinar el “ángel de la casa” interno en cada una (8).
En esta experiencia de extranjería, las mujeres, como ya expresé, se han visto fortalecidas por los lazos de libertad y confianza entre ellas. De ahí que descubrir, conocer, estudiar, darles profundidad y consistencia al pensar y sentir libres de nuestras antepasadas (y también de nuestras contemporáneas) constituye una de las acciones políticas clave, y Pisano la destaca en la necesidad de contar con referentes para la permanente construcción de esta otra ética. Me parece fundamental que continuemos realizando esta acción, sobre todo en el contexto actual, porque hemos llegado a un momento –del que nos advirtió la visionaria Carla Lonzi- en el que la igualdad de los sexos nos ha devorado a las mujeres, reforzando la naturalización del régimen del uno, en el que decir “humano” es lo mismo que decir Hombre (9). De esta manera, afirma Margarita, el patriarcado se las arregla para reciclarse a sí mismo y dejarnos sin huellas, de las cuales valernos, para SER humanas libres.
2016.
NOTAS:
(*) Presenté este trabajo en Le Monde diplomatique el 21 de junio de 2016 en el Ciclo Nómade de Filósofas Chilenas, organizado por la Fundación Jorge Millas. Compartí mesa con Cherie Zalaquett que presentó “Epistemología feminista: el pensamiento subalterno de Julieta Kirkwood en la filosofía chilena”.
(1) Para este texto, utilizo las ideas de Margarita Pisano presentes en toda su producción escrita. Al respecto, revisar: Deseos de cambio… ¿o el cambio de los deseos? (1995, 2011); Un cierto desparpajo (1996); El triunfo de la masculinidad (2001); Julia, quiero que seas feliz (2004, 2012); Una historia fuera de la historia. Biografía política de Margarita Pisano (2009, en coautoría con Andrea Franulic); Fantasear un futuro (2015).
(2) Para el “pensamiento de la diferencia”, revisar publicaciones de María Milagros Rivera Garretas y Luisa Muraro. En Chile, quien desarrolla esta línea es la feminista Tatiana Rodríguez. Tomo algunos elementos de sus trabajos para el análisis que presento en este texto, y de nuestras conversaciones. Ver su ensayo “Pensar qué hacemos” (2016) en http://www.autonomiafeminista.cl.
(3) De Patrizia Violi, revisar su libro El infinito singular (1991).
(4) De Shulamith Firestone, ver su libro La dialéctica del sexo (1976).
(5) De Adrienne Rich, ver el artículo “Heterosexualidad obligatoria y existencia lesbiana” en Sangre, pan y poesía (1986).
(6) El concepto de “desorden simbólico” se encuentra en Nombrar el mundo en femenino (1994) de María Milagros Rivera Garretas.
(7) Virginia Woolf alude a las “lealtades irreales” en su libro Tres guineas (1999).
(8) Ver el libro de Virginia Woolf, Una habitación propia (2008), donde se refiere al anticonvencionalismo de las mujeres y el “ángel de la casa”.
(9) Revisar el libro de Carla Lonzi, Escupamos sobre Hegel (2004, versión electrónica).