Restituir el valor social, cultural y simbólico de las mujeres

Por Feministas Lúcidas

Las Feministas Lúcidas reconocemos el fin del patriarcado[1]. Su caída se ha precipitado con total estruendo. No es precisamente un final feliz, porque aún estamos rodeadas de sus muertos vivientes[2]que nos quitan la vida y nos violan. En este contexto, que es crucial para nuestra política, deseamos pensar y afinar muy bien nuestra práctica. Es así como consideramos de vital importancia continuar el legado de las mujeres que son nuestras referentes y que sí nos hace felices; esto es, restituir[3], en la sociedad, la cultura y la lengua, el valor de las mujeres, de tal manera que nuestros cuerpos sean inviolables y el matarnos sea impensable.

Recuperar el valor de las mujeres no es una acción compensatoria, pues nuestro valor no se mide con los hombres, en nada. No significa llenar la sociedad de representaciones que refuercen los estereotipos femeninos, pues esto los patriarcas lo han hecho durante siglos. Las representaciones culturales y el lenguaje deben continuar vehiculando un sentido libre de ser mujer[4], es decir, libre de los estereotipos de género codificados por el régimen patriarcal; libre de su falocracia coital y de toda su política sexual, que fomenta la vaginalidad, anuladora del placer clitórico[5].

Los significados libres de la diferencia femenina tienen que estar más visibles todavía en el cine, en las escuelas mientras duren, en las lecturas que se realicen en cualquier lugar, en la historia que se relate en la calle, en el aula, en la casa. Las esculturas, cuadros, libros, etc., deben impregnarse de genealogía de mujeres, de madres, hijas, amigas, hermanas, pensadoras, políticas, activistas, artistas, escritoras. Deseamos seguir representando las relaciones entre mujeres, en especial, la relación entre la madre y la hija, interrumpida por el patriarca incestuoso[6], porque restituir el valor de las mujeres pasa, principalmente, por retornarle a la madre su autoridad[7].

Junto a todo lo anterior, es fundamental reparar en la lengua que usamos, en las palabras que decimos para nombrar y definir, en las connotaciones y rótulos que elegimos para referirnos a otra mujer, porque rechazamos el régimen de significados patriarcales en todas las dimensiones de nuestra existencia, y le abrimos los brazos al orden simbólico de la madre, es decir, elegimos hablar en lengua materna y no usar las palabras androcéntricas que nos aplastan y tergiversan nuestra experiencia.

La radicalidad, el tomar las cosas desde la raíz[8], va por el camino de la política de las mujeres[9], que requiere cada día más consistencia y sistematicidad. Somos quienes, conscientes de nosotras mismas, deseamos ser libres de los residuos del patriarcado y de lo que estos acarrean. Cada una desea ser libre de todo aquello que aún le resta independencia simbólica de los hombres y refuerza la envidia y competencia entre mujeres. Esto queremos expandirlo tanto en nuestra apuesta simbólica en el mundo como en la práctica concreta de nuestras relaciones que, más que tomar la forma de la sororidad, toma la figura del affidamento[10].

Nos duelen los crímenes de los patriarcas asesinos, violadores y torturadores del planeta entero; los muertos vivientes del patriarcado son los feminicidas, los prostituidores, los violadores, etc. Si se restituye, con mayor intensidad, el valor social, cultural y simbólico de las mujeres, toda esta crueldad en contra nuestra podría terminarse. No sucederá a través del derecho, las leyes, la paridad o la igualdad. Al contrario, el derecho masculino viene a confirmar nuestra desvalorización social. Por su parte, los discursos conservadores o progresistas de la diversidad de géneros, la disidencia sexual, la inclusividad, etc., son funcionales a la invisibilización del valor de las mujeres y, en consecuencia, no contrarrestan la violencia masculina, puesto que niegan la potencialidad de la diferencia sexual femenina libre y autónoma o, con otras palabras, la suerte de nacer mujer[11].

Por eso, necesitamos mirar alrededor y encontrar, en el lenguaje y la representación, el valor del sentido libre de ser mujer por todas partes, necesitamos continuar la práctica política de expandir este valor, de plasmarlo y encarnarlo, tal como lo han venido haciendo las pensadoras de la diferencia sexual y las feministas radicales de la diferencia. Deseamos llenar los cuadernos y libros con las palabras, llenar los muros, las calles, las telas con las imágenes, de las mujeres de nuestra genealogía materna, de las mujeres de nuestra genealogía de pensadoras y políticas, de las mujeres que llevan a cabo, en el anonimato, la gran obra de civilización que es dar la vida y la palabra, nada menos que la capacidad simbólica de la especie humana. Necesitamos nombrar el mundo en femenino libre[12]y no en un pretendido y falso neutro, aunque se disfrace de E. Queremos que se entienda que nada de esto es compensatorio, porque “las mujeres no somos una cuota, SOMOS LA MEDIDA DEL MUNDO[13]”.

El Fin De La Política Con Poder

La revuelta social en Chile deja en evidencia el fin del patriarcado, que se arrastra desde mucho antes, gracias a la política de las mujeres. Nosotras la apoyamos en su sentido más genuino y, por eso, seguimos en ella. ¿Cuál es este sentido? Para nosotras, es aquel que conlleva orden simbólico de la madre[14], esto es, el deseo de transformar profundamente las relaciones humanas para que dejen de ser instrumentales, a la usanza patriarcal, y sean sin fin, a la usanza de las mujeres[15]. Asimismo, es la necesidad de justicia social y de buen vivir, como la autonomía de los pueblos originarios, el respeto a la naturaleza y a todas las especies, la liberación de todos los recursos naturales, las pensiones dignas para la vejez, una educación sexuada[16], gratuita y de calidad, etc., un largo etc.

Principalmente, es el deseo de que se termine la política con poder[17], que es la política de los partidos, la política institucional; en otras palabras, de que se acabe el estado moderno de derecho que se configuró dejándonos fuera a las mujeres. Este descreer de la política establecida es un sentimiento genuino y lo han manifestado sobre todo las y los jóvenes. Las mujeres lo sentimos hace siglos. Las y los recién llegadas/os han traído su novedad a este mundo viejo que los recibe[18]. Y su novedad coincide con nuestras búsquedas y hallazgos seculares. No queremos más la política con poder. Sin embargo, el estado criminal, capitalista y patriarcal, lleno de muertos vivientes, no recibe esta novedad, sino que la entierra, la asesina, la deja sin visión, para mantener su ‘statu quo’, sus intereses económicos y de poder, sacándole brillo a su derrota y mostrando su miseria milenaria.

Nos duelen los crímenes de los patriarcas asesinos, violadores y torturadores de todos los tiempos de este país, que hoy se ensañan contra quienes participan activamente de esta Revuelta, así como lo han hecho, de forma sistemática, contra las mujeres, niñas, hombres y niños del pueblo mapuche. No nos sumamos al coro hipócrita, ni a su parodia televisiva, que pretende estigmatizar, con la retahíla de la delincuencia, a quienes resisten en las calles y en los territorios. Como dijo la beguina Hadewijch de Amberes, a principios del siglo XIII, la fuerza con la fuerza, el amor con el amor… todas las cosas hay que buscarlas en lo que ellas mismas son.[19]

Nadie Nos Debe Incluir Ni Representar

Cuando a una crisis, sobre todo de profunda magnitud, que trae de vuelta muchas preguntas, se le responde con las viejas respuestas aprendidas de siempre, o sea, se la enfrenta con los mismos prejuicios y las mismas malas y repetitivas prácticas, ya probadas y fracasadas, vuelve a explotar otra vez, y lo hace de peor forma[20]. Por eso, no les damos crédito a las respuestas que da la política con poder, menos todavía en el contexto vigente.

Se supone que la intención es sustituir la actual constitución por una mejor, pero la que se está vislumbrando no cumple este propósito, porque le sigue dando continuidad al estado patriarcal de derecho y, como tal, al presupuesto principal que lo sostiene; este es el de considerar la diferencia sexual como un hecho sin trascendencia[21], sobre todo la diferencia femenina, libre y autónoma, desplazándola por su duplicado, la identidad de género.

En su reformada versión, dicho presupuesto se expresa en los discursos, conservadores o progresistas, de la inclusión y la transexualidad. Es decir, nos quieren incluidas y, por lo tanto, invisibles, ya no solo bajo el sujeto falsamente neutro, genérico y universal (El hombre), sino, también, en la disidencia sexual y sus usos lingüísticos que pretenden nuevamente borrar la sexualidad de la cultura[22].

Colocándonos en el escenario de un estado patriarcal de derecho que comienza a deshacerse, una constitución realmente Nueva, que no explote en 10 años más, que esté a la altura del momento histórico que estamos viviendo, de las búsquedas genuinas de esta Revuelta y del fin de una civilización desequilibrada y unilateral, tendría que basarse en la soberanía del pueblo de las mujeres[23], sin partidos políticos. Es decir, tendría que inscribir la diferencia sexual femenina libre y autónoma, porque nadie nos debe incluir ni representar.

Inscribir el sentido libre de ser mujer no es la identidad de género femenino, pues esta es una construcción cultural masculina, ajena a las definiciones que cada mujer puede darse. No es la paridad ni es la igualdad con los hombres, porque las mujeres no somos una cuota, somos la medida del mundo, y varias no queremos vivir como los hombres viven[24]; por lo mismo, no queremos arrimarnos a su política derrotada. Tampoco significa estar visibles en el lenguaje como víctimas, porque no es hablar de y desde la miseria masculina, sino de y desde la libertad femenina[25].

Imprimir significados libres de la diferencia femenina implica sexuar el lenguaje del derecho, tanto en su forma como en su contenido, dejar de pretender una neutralidad en la lengua y en la vida, que no existe, y explicitar de forma determinante que el cuerpo femenino es inviolable e impensable el violentarlo, porque el nacer mujer es una fuente de valor insustituible y solo las mujeres podemos sacar a la luz del sol sus contenidos.


[1]Descubrimiento del año 1996 de las feministas de la Librería de Mujeres de Milán. El fin del patriarcado implica dos cosas interrelacionadas. La primera es que las instituciones, sobre todo las de su política sexual, han perdido crédito en la mente y en la vida de muchas mujeres. La segunda es que las mujeres somos dueñas de nuestros cuerpos y sus frutos. Cuando esto último no ocurre, lo vivimos como una gran injusticia, pero ya no como una práctica naturalizada, como ocurría mientras duraba su contrato sexual.

[2]Expresión que tomamos de la pensadora de la diferencia sexual, la historiadora española María Milagros Rivera Garretas, en su texto http://www.ub.edu/duoda/web/es/textos/10/222/

[3]Se trata de restituir, retornar o recuperar, porque el valor de las mujeres siempre ha estado presente, pero las sociedades patriarcales lo absorben e invisibilizan, sobre todo las del patriarcado moderno, que asentaron más todavía la visión androcéntrica del mundo, pues antes del establecimiento de la modernidad en occidente, el valor del sentido libre de ser mujer era visible, por ejemplo en las sociedades medievales europeas (ver La diferencia sexual en la historia, M. M. Rivera).

[4]María Milagros Rivera Garretas usa, en sus textos, esta expresión, que nos hace mucho sentido para situar la diferencia sexual más allá de los géneros.

[5]Carla Lonzi escribe Mujer clitórica y mujer vaginal, planteando que la primera colonización que sufrimos las mujeres en las sociedades patriarcales es psíquica y fisiológica al habernos impuesto el mito de que nuestro placer orgásmico reside en la vagina y no en el clítoris y, por lo tanto, coincide con el del hombre.

María Milagros Rivera Garretas ha publicado recientemente un texto político donde deja muy claro en qué consiste la vaginalidad. Ver http://www.ub.edu/duoda/web/es/textos/10/250/

[6]Recomendamos, para profundizar, la Revista DUODA n° 57: El cuerpo se confiesa: el incesto.

[7]Autoridad viene del étimo augere, que significa ‘hacer crecer’, ‘dar auge’. La autoridad de la obra materna, que es dar la vida y la palabra, es usurpada, en los albores de las sociedades patriarcales, para desplazar a la madre por el Padre, su ley y palabra, transformando la autoridad en autoritarismo. Ver la obra de Luisa Muraro, El orden simbólico de la madre. Dice M. M. Rivera Garretas que el orden simbólico es la lengua que hablamos.

[8]Significado etimológico de la palabra ‘radical’.

[9]Política de las mujeres que es milenaria y toma especial fuerza en el último tercio del siglo XX con los grupos de toma de conciencia (Rivera, La diferencia sexual en la historia, 2005).

[10]Práctica política y social descubierta por las feministas de la Librería de Mujeres de Milán. Es una práctica de disparidad, porque su importancia reside en reconocerle su más a una mujer y no en pretender que seamos todas iguales, como sucede con la sororidad, la que no ha terminado con la envidia ni la competencia destructiva en los espacios de mujeres o feministas.

[11] La indecible suerte de nacer mujer es el título de un libro de 2013, de Luisa Muraro.

[12] Nombrar el mundo en femenino es el título de un libro de 1994, de María Milagros Rivera Garretas.

[13]Somos la medida del mundo, porque nacemos con la capacidad de dar la vida y la palabra, ejerzamos o no esta potencialidad. Ver la obra de Luisa Muraro, El orden simbólico de la madre.

[14]El orden simbólico es la lengua materna que aprendemos de la madre, o de quien ocupe su lugar, en la primerísima infancia. Lo aprendemos estando en relación y con autoridad materna, la palabra autoridad que viene de ‘augere’, cuyo significado es ‘hacer crecer’. En las sociedades patriarcales, sobre todo occidentales y modernas, este orden simbólico es usurpado y desplazado por el régimen simbólico patriarcal, que tergiversa, fragmenta y silencia la experiencia femenina. Ver Luisa Muraro, El orden simbólico de la madre.

[15]La relación instrumental es la que usa a alguien para lograr cualquier meta. La relación sin fin es aquella que se basa en el gusto y el placer de estar en relación, solo por el hecho de estarlo (Cigarini, Muraro, Rivera, El trabajo de las palabras, 2008).

[16]No se trata de una educación no sexista, queremos una educación sexuada, que exprese tanto el femenino libre como el masculino libre, sin estereotipos de géneros y sin pretensiones de neutralidad, como se supone que pretende lo “no sexista”.

[17]M.M.R.G. opone la política con poder a la política de las mujeres.

[18]Tomamos esta idea de la filósofa política Hannah Arendt, de su texto La crisis de la educación.

[19] La cita no es textual, aparece completa en Mujeres en relación: feminismo 1970-2000, de María Milagros Rivera Garretas, p.45.

[20] Esta idea la tomamos del texto de Hannah Arendt, La crisis de la educación.

[21]La diferencia sexual, es decir, el hecho casual de nacer mujer u hombre, es trascendente, porque el cuerpo sexuado no se separa de la palabra o capacidad simbólica de la especie humana (Luisa Muraro, El orden simbólico de la madre). Por lo tanto, la diferencia sexual humana enriquece la cultura y la sociedad. Existe disparidad o asimetría entre los sexos (que no es equivalente a dominio o jerarquía), porque la diferencia femenina nace con un más, que es dar la vida y, junto con esta, precisamente, la palabra (ibid), elijamos las mujeres ejercerlo o no. Este más es usurpado por los hombres en las sociedades patriarcales. Imaginemos cómo sería si se dejara existir libremente la diferencia sexual humana y se le diera su verdadera y real importancia, sin sustituirla por los encasillamientos de los géneros.

[22] «… neutralizar el género gramatical supone abolir la diferencia entre las subjetividades sexuadas, y excluir poco a poco la sexualidad de la cultura. Abolir el género gramatical sería una considerable vuelta atrás y nuestra civilización no puede permitirse ese lujo…» (Luce Irigaray, 1987).

[23] Luce Irigaray habla del pueblo de los hombres y del pueblo de las mujeres. En algunos textos de su libro Yo, tú, nosotras (1987).

[24] Tomamos esta idea de M.M.R.G. Nos hace mucho sentido, porque expresa muy bien por qué no queremos la igualdad con los hombres.

[25] La economía de la miseria femenina que inunda los medios masivos de comunicación, en especial los días 8 de marzo, es, en realidad, la miseria masculina: mujeres asesinadas, sueldos desiguales, feminización de la pobreza, etc. Esta idea la tomamos de Milagros Rivera en http://www.ub.edu/duoda/web/es/textos/10/211/

Y de la jurista de la diferencia sexual Lia Cigarini es la figura de la libertad femenina, para referirse a una libertad relacional, más practicada por mujeres que por hombres, y que no es liberal ni tampoco individualista. Ver también de esta autora, el libro La política del deseo, de donde hemos tomado algunas ideas sobre la diferencia femenina y el derecho patriarcal.