Feminismo y ternura

Andrea DWORKIN dice que una nueva sexualidad “…comienza donde hay congruencia, no separación, entre los sentimientos y los intereses eróticos; que comienza en lo que conocemos sobre la sexualidad de la mujer como distinta a la del hombre: caricias en el clítoris y sensibilidad, orgasmos múltiples, sensibilidad erótica en todo el cuerpo (…), en la TERNURA, en el respeto propio y en el respeto mutuo absoluto.”

Audre LORDE dice que practiquemos la TERNURA hasta que se haga hábito.

María Milagros RIVERA descubre que Sor Juana Inés de la Cruz, en sus Enigmas de la Casa del Placer, traza el mapa de la TERNURA y no del dominio, entre ella y su amada, la Condesa de Paredes.

También Milagros Rivera nos cuenta que Carla LONZI se refiere a la sexualidad de las CARICIAS, donde participa todo el cuerpo, el alma y el aura. Es una sexualidad femenina auténtica, que desplaza el coito del centro por el orgasmo femenino, cuya residencia está en el clítoris y no en la vagina.

Adrienne RICH define lo erótico en términos femeninos: “como aquello que no está reducido en una única parte del cuerpo o solo al propio cuerpo…”, y trae a Audre LORDE de regreso por sus reflexiones en torno a lo erótico, que lo define como “la alegría compartida, física, emocional o psíquica…”. Y sigue Adrienne diciéndonos que es “la alegría que nos llena de fuerza”.

Las autoras del «feminismo radical de la diferencia» saben que un cambio profundo en las formas que experimentamos la sexualidad provoca un cambio radical de la civilización, puesto que las sociedades patriarcales, que se prolongan con la modernidad y el capitalismo, se fundamentan en la usurpación del cuerpo femenino, su sexualidad y sus frutos: la «capacidad de ser dos», el placer clitórico, la lengua materna/el «orden simbólico de la madre», las energías creativas y eróticas femeninas, los vínculos entre mujeres, en especial, el de la hija con su madre («contrato sexual» y «heterosexualidad obligatoria»).

Hoy, en el «fin del patriarcado», la usurpación del origen se reproduce en la industria sexual (pornografía, prostitución, trata) y en las violaciones y feminicidios a la orden del día, que muestran la miseria masculina a vista y paciencia, y que queremos que lleguen a ser impensables (como dice Milagros R.). Una revolución auténtica (quizás, como la que está sucediendo en Chile y el mundo, porque lleva el signo del «fin del patriarcado») no retorna al mismo lugar o statu quo, como la mayoría de las revoluciones que no lo cuestionan (revolución francesa, la de mayo del 68, la zapatista, etc.), sino que quiebra los cimientos de la civilización, toca su «política sexual», toca el coito, el origen mismo del dominio patriarcal, que se fundamenta en la absorción o inclusión del origen/originalidad de las mujeres y la potencialidad de su irreductible diferencia sexual.