La violencia sexual contra las mujeres se anida en el contrato sexual o pacto masculino milenario que consiste en un acuerdo no pacífico, entre hombres, para distribuirse e intercambiar el cuerpo de las mujeres y sus frutos, en los albores de las sociedades patriarcales. Este es el saqueo originario, la usurpación histórica del origen, fundante y subyacente a la civilización patriarcal que, con otras palabras, consiste en la expropiación de la capacidad procreadora del cuerpo femenino y de la potencia simbólica de la obra materna, que es dar la vida y la palabra, en manos de hombres heterosexuales que practican el coito (Milagros Rivera Garretas, 1996, 2005). Esta práctica sexual, la del coito, constituye la más elemental colonización fisiológica y psíquica que sufrimos las mujeres en las sociedades patriarcales, puesto que se sostiene en negar el placer femenino, es decir, en mutilar, física y/o simbólicamente, el orgasmo clitórico (Carla Lonzi, 1978; Milagros Rivera Garretas, 2019). De este disponer del cuerpo femenino y sus frutos, que dictamina el contrato masculino, surge el “tabú del incesto”, establecido por las madres para proteger a sus hijas/os de los varones adultos del clan (Milagros Rivera Garretas, 2017).
Sin embargo, estos se sirven del “tabú del incesto” para amarrar aún más su “pacto masculino de silencio” en torno a la violación sistemática que durante siglos los hombres cercanos, los hombres de la familia, el padre – como metáfora patriarcal fundante, en tanto imagen y semejanza de dios, quien impone la ley y la palabra mediante el falo (físico y simbólico) – han ejercido sobre sus hijas, y también sobre sus hijos (el patriarca desea aplastar al varón joven). A nuestras históricamente infantiles y juveniles experiencias violatorias, no las han llamado incesto, pedofilia o violación, las han nombrado matrimonio, coito, trabajo sexual, trofeo de guerra, amor, propiedad privada, naturaleza, entre otros nombres. Se han servido de estos rótulos para enmascarar la violencia sistemática de su política sexual, dejarnos cautivas y sumisas, divididas unas de otras y quebradas con nuestras madres. Así, el cuerpo de las mujeres como un objeto disponible y violable ha sido una creencia omnipresente, perpetrada de manera determinante, en la actualidad, por los patriarcas que manejan la industria sexual y consumen de esta.
Durante este mes de revuelta popular en Chile, hemos visto que la violencia sexual se ha incrementado. Esta es una práctica común en los momentos convulsos para los gobiernos criminales, como bien desarrollan las amigas de la Jauría en su video sobre violencia sexual. Se fundamenta en el pacto masculino que he intentado describir en muy pocas palabras en los párrafos anteriores y que Carole Pateman (1995) explica magistralmente en su tesis doctoral. Los patriarcas se valen de dicho acuerdo tácito entre ellos que, en tiempos de ira masculina, representada por los aparatos militares y de estado, se reproduce como estrategia de guerra, similar a la violación masiva de las mujeres de los “pueblos (hombres) enemigos” y, por lo mismo, se transforma en la forma de violencia que queda más impune, por considerársela naturalmente legítima.
No solo las mujeres (niñas, adolescentes y jóvenes) han sufrido violencia sexual durante estas semanas, también jóvenes y niños que el patriarca desea aplastar con su bota, porque ve, en ellos, la promesa de una diferencia masculina libre. Sin embargo, y lamentablemente, las mujeres siempre constituimos el número mayoritario de víctimas. Nos quieren en el redil, tanto en lo personal como en lo político, pero ya es demasiado tarde, porque las mujeres ya hemos descreído el contrato sexual que hicieron los hombres entre sí, y no le damos valor alguno en nuestras vidas y en nuestras mentes (Librería de Mujeres de Milán, 1996). Es demasiado tarde, porque la libertad femenina ha salido nuevamente a la luz del sol para quedarse, y esto sucedió en el último tercio del siglo XX, luego de estar bajo tierra, aplastada por el ladrillo del sujeto universal y la igualdad de derechos (Cigarini, 2004; Milagros Rivera Garretas, 2005).
Acá en Chile, las secundarias protagonizaron la evasión masiva del transporte público y, el año pasado, fueron ellas y las universitarias quienes paralizaron la educación. Frente a esta libertad femenina, que viene de mucho antes, que aflora ante la vista de todas/os y que lleva el signo de un cambio de civilización, la violencia masculina arremete con más crueldad y odio, porque los patriarcas no soportan la libertad de las mujeres. No la soportan, porque necesitan absorber la energía creadora de las mujeres para sí mismos y no que esta retorne a sus dueñas. Sin embargo, esta ha retornado y se transmite, como siempre, por el pasadizo genealógico que une a una mujer con otra, a cada madre con su hija y, de estas, se expande a todas las relaciones donde ellas participan (Muraro, 2013). Los patriarcas lo saben. Saben que esta potencialidad recuperada desmorona su poder, su dominio, porque “el orgasmo femenino es más importante que la república” (Milagros Rivera Garretas, 2019).
Es más importante que la “cosa pública”, en tanto el saqueo originario, del placer clitórico y de la capacidad procreadora y simbólica de la diferencia sexual femenina, permanece invisible a la base de todo estado de derecho, debido a que la modernidad y el contrato social de Rousseau lo restituyen de forma poderosa, aunque implícita; esto quiere decir que, al contrato social, le subyace el pacto sexual masculino (Pateman, 1995). En este sentido, la política de las mujeres no se contenta con cambios en el «primer plano superficial de los padres» (Mary Daly, 1978), porque conoce el trasfondo. Por ejemplo, y con esto termino, no es solo inconcebible que las fuerzas especiales del estado chileno estén matando, violando y torturando en este momento en el país, sino que ya es inconcebible que existan. Si escuchamos a gran parte de nuestra juventud, si escuchamos lo que las mujeres venimos diciendo hace tanto, notarán que lo que no queremos es el simbólico de la patria, con sus uniformes, ejércitos y guerras. No son necesarios, nunca lo fueron.
Referencias bibliográficas:
Cigarini, L. (2004). Libertad relacional. DUODA Revista d’ Estudis Feministes, 26, 85-91.
Daly, M. (1978). Introduction. In Mary Daly, Gyn/Ecology (p. 7-27). Boston, United States: Beacon Press.
Librería de Mujeres de Milán. (1996). El final del patriarcado. Ha ocurrido y no por casualidad. Barcelona, España: Librería Próleg.
Lonzi, C. (1978). Escupamos sobre Hegel. Buenos Aires: Editorial La Pléyade.
Muraro, L. (2013). La indecible suerte de nacer mujer. Madrid: Narcea.
Pateman, C. (1995). El contrato sexual. Barcelona: Anthropos.
Rivera, M. (1996). El cuerpo indispensable. Significados del cuerpo de mujer. Madrid: Horas y Horas.
Rivera, M. (2005). La diferencia sexual en la historia. Valencia, España: Universitat de Valencia.
Rivera, M. (2017). El incesto. En http://www.ub.edu/duoda/web/es/textos/10/204/
Rivera, M. (2019). El placer femenino es más importante que la república. En http://www.mariamilagrosrivera.com/author/mariam15/