La tergiversación de la experiencia

“Escribo para grabar lo que otros borran cuando hablo,
para escribir nuevamente los cuentos malescritos acerca de mí,
de ti” (Gloria Anzaldúa)

Toda lengua es androcéntrica, es decir, da cuenta de la visión que los hombres tienen de cada uno de los aspectos de la realidad, pero además -dentro de la lengua misma- lo masculino se constituye como lo absoluto, lo que ES, lo superior; y lo femenino como lo que NO ES, el vacío, la carencia, lo complementario de lo masculino y su condición de existencia. Esta marca está impresa en cada una de las lenguas que se hablan en el planeta (Violi, 1991).

Cuando las mujeres hablamos, entonces, usamos una lengua que, en cada uno de sus niveles, nos está diciendo que nosotras no existimos como personas, porque los seres humanos son hombres. Con esta lengua intentamos decir lo que nos pasa, lo que vivimos, lo que sentimos, lo que deseamos, lo que tememos, lo que necesitamos. Usamos las palabras -¡qué más humano que eso!- pero son las mismas palabras que nos niegan, nos ningunean, nos desconocen, nos borran.

Y, sin embargo, hay que hablar igual y no solo hablar, también escribir. Audre Lorde dice que el silencio no nos protege y que tenemos que hablar aunque nos tergiversen, porque hablar nos beneficia. Vaya. Pienso en estos tiempos míos y lo que me cuesta y me ha costado hablar. Pienso en esto de la tergiversación.

Tergiversar es cambiarle el sentido a las cosas para propio beneficio y conveniencia. Etimológicamente, la palabra significa “dar vuelta la espalda”. Curioso. El patriarcado ha tergiversado históricamente nuestras experiencias, sentires, elecciones. Nunca ha sido nuestro aliado. Impone su propio sentido de la realidad e inventa el relato que le conviene para mantener su dominio. La tergiversación es totalitaria y autorreferente, porque el patriarcado es “uno”, solo se ve a sí mismo y la feminidad le devuelve su propio reflejo. De esta manera, se transforma en una montaña gigantesca de parcializaciones, borrones y vacíos respecto de nosotras. Qué agotadora empresa tener que defenderse de cada acusación patriarcal.

Las lenguas no solo son estructuras, también son instituciones, así como lo es la heterosexualidad obligatoria, la maternidad, la familia, los partidos políticos, la academia, etc. Como toda institución, es perpetuada y controlada principalmente por hombres. Esto quiere decir que existen dueños de la palabra que dividen al mundo en hablantes legítimos y no legítimos. Son también los dueños de los medios de circulación de las palabras, de los registros, de los contextos de comunicación, de lo que está permitido o no decir y cómo debe ser dicho. Por lo tanto, quien tergiversa es quien tiene el poder. Cuenta con los recursos materiales y simbólicos para asentar su versión chueca de la realidad. Y el triste escenario es que esta triunfa. Qué impotencia.

Pero no todo es desesperanza. La salida es política, es en conjunto con otras. Desde la soledad, el aislamiento y el ostracismo es muy difícil resistir la tergiversación. Las feministas radicales de la diferencia -en diferentes lugares y épocas- han desmontado la tergiversación patriarcal. Lo han hecho en el discurso, porque la lengua se crea o recrea en el discurso y con discurso. No se hace por ley ni en el diccionario ni alterando arbitrariamente los géneros gramaticales.

En el discurso y con discurso, las mujeres pensantes han deconstruido, pero también creado, nombres y significados. Han resignificado nombres y renombrado significados. Han creado intertextualidad, es decir, han escrito historia y teoría propias sobre nosotras, nuestras relaciones, nuestras experiencias y sobre el mundo. Han anclado la enunciación al cuerpo para hablar en primera persona: el yo y el nosotras. Han roto las convenciones en torno a las formas del decir, creando géneros discursivos y no respetando nada los registros de habla impuestos. Han gestado condiciones de producción del discurso, generando espacios autónomos de publicación y de confrontación de ideas. Esto solo a lo que a lenguaje se refiere.

Existe este camino, tiene huellas. Todavía no es suficientemente visible ni cuenta con la suficiente continuidad, pues cada tanto lo dinamitan y, junto con esto, mueren algunas. Es fundamental darle fuerza, consistencia y permanencia, porque el patriarcado seguirá deshumanizando la vida mientras imperen sus versiones chuecas y mezquinas de la realidad.

Yo por ahora –y hasta nuevo aviso- me repito: a pesar de que me tergiversen, escribir me beneficia.

2013

 

 

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