El nexo que se creía perdido: un diálogo lingüístico

¿Qué lengua hablamos? ¿Hablamos en lengua materna o en lengua androcéntrica, o en ambas? ¿Es una sola la lengua o son dos las lenguas? ¿Son usos diferentes tal vez, estilos de lengua distintos? ¿Qué es la lengua? Cuando estaba buscando información para realizar mi tesis doctoral en Lingüística, descubrí la Lingüística Feminista como un campo aunado de estudios que se preocupaba por investigar el sexismo lingüístico. La pionera, en el ámbito anglosajón, es Robin Lakoff que, en el año 1973, escribe el artículo “Lenguaje y espacios de mujeres”. Esta autora había acuñado el concepto de lenguaje de las mujeres para dar cuenta de cómo las mujeres (estadounidenses, blancas y de clase media) usaban la lengua desde el punto de vista léxico, fonológico y gramatical. Lakoff plantea que, a las mujeres, se les enseña a hablar de determinada manera, como se les enseña a vestir, a moverse, a jugar, etc., debido a la construcción de género. Por lo tanto, la mirada de la autora para definir qué es el lenguaje de las mujeres, se basa en la proyección que los hombres, en las sociedades patriarcales, han hecho de lo femenino. En este sentido, la sociolingüista dice que las mujeres hablan de manera insegura y que no se les pone atención, porque, además, los campos léxicos que usan abarcan ámbitos de la experiencia considerados frívolos, superficiales o triviales. Su tesis principal, en cuanto a lenguaje se refiere, dicha con mis palabras, es que las mujeres caminan por una cuerda floja donde si resbalan hacia un lado, son consideradas “menos humanas”. Y si resbalan hacia el otro lado, son definidas como “menos mujeres”. Se las culpabiliza si tropiezan y caen para un lado u otro, pero se les muestra la cuerda floja desde que nacen. La salida para la autora es la obtención de oportunidades sociales para las mujeres, es la consecución de la igualdad, de tal manera que hablen como los hombres hablan, dado que ellos se han apropiado de la norma lingüística correcta (que, por supuesto, para la autora, es una norma neutra), porque han gozado de una posición de privilegio en las sociedades patriarcales.

Esta, la de Lakoff, es la lingüística feminista anglosajona del género y la igualdad. Sigue siendo un campo prolífico de investigaciones hasta el día de hoy, con varias voces de mujeres lingüistas connotadas, quienes, después de Lakoff, comenzaron a hablar de la lingüística feminista de la post-igualdad, es decir, una vez conseguida la igualdad de oportunidades sociales (en el mundo anglosajón), el sexismo lingüístico no se acabó, es más, continúa de manera sutil e indirecta. Con ellas comprendí mejor, o corroboré, que el feminismo posmoderno es la continuidad del feminismo de la igualdad. Las autoras cambiaron métodos y disciplinas dentro de la Lingüística para realizar sus investigaciones, por ejemplo, se dedicaron más al Análisis de Discurso o al Análisis Crítico de Discurso. Apellidos como Cameron, Mills, Lazar, Baxter, entre otros, son de autoras importantes en esta línea. Sin embargo, con igualdad o post-igualdad, no cuestionaron lo esencial, porque siguieron usando la perspectiva de género para analizar. Es así como, insatisfecha con mis hallazgos, seguí buscando y llegué a una semióloga del lenguaje, Patrizia Violi, que le discutía a Robin Lakoff su lenguaje de las mujeres. Vaya la sorpresa que me llevé cuando me di cuenta de que Violi usaba algunos elementos de la perspectiva de la diferencia sexual para pensar y hacer lingüística, aunque desconociendo un elemento fundamental de dicho pensamiento. Pero Violi me encantó, primero, porque daba cuenta de una gran ausencia en los textos de los “padres de la lingüística”. La ausencia de un sujeto sexuado en sus teorías sobre el lenguaje. Entonces no sabía, pero ahora sé, que esta ausencia también era la de la madre como autora de la lengua, de la madre concreta de cada quien. Y es este también el elemento fundamental del pensamiento de la diferencia sexual que falta en la perspectiva de Violi. Ambas ausencias, que están interrelacionadas, me refiero a la de la obra materna y a la de la diferencia sexual, se observan en todos los paradigmas de la Lingüística, llamada moderna: en Saussure y el estructuralismo, en Chomsky y el generativismo, en Benveniste y la teoría de la enunciación, en George Lakoff (el esposo de Robin) y la lingüística cognitiva, entre otros. Ningún paradigma de la lingüística reconoce a la madre como dadora de la palabra. Ningún autor de ningún paradigma reconoce que la diferencia sexual esté inscrita en la lengua. Por ejemplo, para Saussure, la lengua es un producto social y también un sistema abstracto de signos. Para Chomsky, la lengua es resultado de un módulo en el cerebro humano. Para Halliday, la lengua se adquiere en el entorno que rodea a la niña/o. Asimismo, dice Violi, ninguna atención la lingüística ha prestado a los géneros gramaticales, salvo para considerarlos sintácticamente como un problema, o no, de concordancia gramatical. Sin embargo, los géneros gramaticales son un fiel espejo de lo que sucede con la diferencia sexual femenina y masculina en la lengua, y en las relaciones humanas y sociales.

En relación al lenguaje de las mujeres (y esta es la segunda razón por la que me encantó esta autora), Violi cuestiona que las teorías de la lingüística feminista anglosajona sitúen el problema en las mismas mujeres cuando, en realidad, el problema es de la lengua en sí. Con esto, la autora quiere decir que la lengua es insuficiente para representar la experiencia femenina libre; está imposibilitada en tanto es una lengua androcéntrica. Por lo tanto, el silencio femenino ya no debe leerse como la falta de capacidad de las mujeres, o falta de oportunidades, sino como una resistencia a hablar en una lengua que no puede expresar la diferencia salvo como negatividad; es una resistencia a ser tergiversadas, aunque Audre Lorde diga que tenemos que hablar pese a que nos tergiversen, porque el silencio no nos protege. Lo androcéntrico de la lengua es la inscripción de la diferencia sexual femenina en negativo; esto quiere decir que el femenino es definido como un no-masculino y el masculino se erige en representación del género humano. Esto explicaría la cuerda floja de Lakoff. Con otras palabras, el femenino es absorbido por el masculino que representa a ambos, por eso, en español, se dice alumnos, habiendo en la sala alumnas y alumnos. O se dice el Hombre para representar a las mujeres y a los hombres. O se dice persona o ser humano para mostrar una pretendida neutralidad, a la que le sigue subyaciendo un sesgo masculino. Y existen otros muchos ejemplos que dan cuenta de esta absorción y de la pretendida universalidad, invisibilizando siempre la diferencia femenina libre. Sin embargo, los géneros gramaticales, así como el léxico o las metáforas, se manifiestan en la superficie de la lengua, y la tesis de Violi es que esta absorción está inscrita en la estructura profunda del significado, en la organización elemental del sentido. Se expresa, solo superficialmente, en el léxico, las metáforas y los morfemas de género.

¿Cuál es esta estructura semántica profunda? Es el límite, el umbral mejor, entre lo material y lo simbólico, el cuerpo y la palabra, la naturaleza y la cultura, la biología y la semiología. En ese umbral habitan las dimensiones del sentido, las más necesarias y elementales, como las pulsiones, la sexualidad, los sueños, las emociones, las sensaciones, las percepciones, entre otras, las dimensiones del sentir que buscan palabras para ser dichas, para encontrar sentido. Dice la autora que, en dicho umbral, hubo un corte profundo, abismal, que hizo perder el nexo, lo llama el nexo perdido, entre el sentir y el sentido, de tal forma, que la diferencia femenina no se pudo hacer palabra autónoma y se inscribió en negativo, lo que explicaría por qué, muchas veces, las mujeres no podemos llevar a la lengua lo que sentimos, pensamos o deseamos. Este corte, y vuelvo a reponer las mismas piezas que creo que faltan, se debe a que los padres usurparon la obra materna, que es dar la vida y la palabra. Lo hicieron a través del contrato sexual, en los albores de las sociedades patriarcales, cuando los hombres, en un pacto no pacífico entre ellos, acordaron disponer, libremente, y mediante el coito heterosexual, del cuerpo femenino y sus frutos, tal como plantea Carole Pateman en su tesis doctoral de 1984. En la lengua, esta usurpación, o suplantación, se representa, y en su superficie se manifiesta, como ya se dijo, en la absorción del femenino por el masculino, que se pretende neutro y universal. Milagros Rivera lo expresa bellamente así: “El paso al pretendido neutro (…) consistió en incluir por la fuerza, en las interpretaciones poderosas del mundo, el principio creador femenino de alcance cósmico, en el principio masculino” (2005: 100). Por lo tanto, el nexo no está perdido, tiene nombre, consiste en restituir lo usurpado a la real autora del pasadizo entre la naturaleza y la cultura.

Es así como se me hizo necesario llegar a la lengua materna de Luisa Muraro, que comprendí mejor gracias a María Milagros Rivera Garretas. La lengua es una y los sexos son dos, dice Rivera. El orden simbólico de la madre es la lengua que hablamos, dice también. La lengua es una y es la lengua materna, que no coincide necesariamente con las lenguas nacionales. Es la lengua que aprendemos de la madre, o de quien ocupe su lugar, en la primerísima infancia e, incluso antes, en la vida intrauterina. Y aprendemos la lengua completa y, junto con ella, el orden simbólico de la madre. Pero, en las sociedades patriarcales, la pérdida de autoridad materna (autoridad de augere: ‘dar auge, hacer crecer’) ha ocurrido no solo históricamente, como describí antes, sino también ocurre en las circunstancias de cada vida que nace. Por ejemplo, el corte simbólico y originario, del que habla Violi, se puede ver representado en el corte que ocurre cuando la criatura sale del seno materno e ingresa al sistema educativo formal. Una niña o un niño, que ya conoce su lengua materna, debe ingresar al conocimiento con poder para que se la enseñen según las reglas de dicho conocimiento. Es entonces que aprenderá fórmulas despersonalizadas del lenguaje y también a expresarse en clave universal o neutra, a negar la existencia de la diferencia sexual, tanto masculina como femenina, empobreciendo tanto la vida como las palabras. Se desprende de esto que existe una institucionalidad patriarcal operando detrás para controlar la lengua, para fijar la duplicación masculina de la lengua materna, para transformarla en una institución más.

Quien repara en el control patriarcal de la lengua es Adrienne Rich. Sorpresa fue la mía cuando descubrí que la lingüista feminista española Mercedes Bengoechea, en el año 1993, había publicado un trabajo acerca de Adrienne Rich y su teoría lingüística. Dice Bengoechea que Rich recibe clara influencia de Sapir y Whorf, en el sentido de que como se habla es como se percibe el mundo, por lo tanto, hablar en una lengua común de las mujeres, como dice la poeta, es dejar de percibir el mundo como los hombres lo hacen. Para que el mundo sea percibido como los patriarcas quieren que sea percibido, se valen del control de la lengua, mediante el poder de las instituciones, la apropiación de los medios de comunicación y los canales de expresión, del mercado editorial, etc. El lingüista rumano Eugenio Coseriu grafica la lengua funcional como un monomio tripartito en sistema, norma y habla (desde adentro hacia afuera). Se podría decir que el control de la lengua (en las diversas lenguas históricas) sucede en el plano de la norma, donde se fija una tradición lingüística androcéntrica, que se enseña, en buena parte, en el conocimiento con poder, con todo su aparataje institucional. La norma constriñe las infinitas posibilidades del sistema recursivo de la lengua, dice Coseriu. No obstante, Violi afirma que es en el sistema mismo de la lengua, donde está inscrito el régimen de significación androcéntrico. No olvidemos que no se trata de un sistema abstracto, para la autora, sino que de uno que está encarnado al cuerpo y a la diferencia sexual. De todos modos, norma y sistema de la lengua se implican mutuamente, y no es fácil determinar qué elemento pertenece a un nivel o a otro. Sistema o norma, lo cierto es que, para las pensadoras de la diferencia sexual, sigue siendo la lengua una sola, la lengua materna.

Entonces, ¿cómo Violi puede decir que las lenguas que se hablan en el planeta son todas lenguas androcéntricas? Pienso que, al desconocer el origen femenino de la lengua, la autora solo logra ver la duplicación patriarcal de la lengua materna, la que confunde con la lengua. Se aclaró más esto en mí cuando leí, en La diferencia sexual en la Historia, que la lengua materna no miente; por ejemplo, cuando más se intenta borrar la O del universal masculino, mediante usos como la E, la X u otros morfemas o grafemas inclusivistas, la O siempre se deja ver y se hace notar. La lengua materna no miente, porque da cuenta de la Usurpación (absorción) con esa O, de que, tras esa O, que se pretende universal, sigue agazapado el sesgo masculino, así como continúa subyacente a la E o a la X, aunque se note menos. No miente, porque da cuenta del desorden simbólico patriarcal (en especial para las mujeres) y no del orden simbólico de la madre. Esto es muy importante, porque quiere decir que la lengua materna es más que un sistema de signos, o no es solo un sistema de signos. Implica, además, la relación de autoridad (disparidad), libertad y confianza con la madre, o con quien ocupe su lugar; esto es, junto a la lengua materna, se aprende la práctica de la relación no instrumental, pues la lengua se aprende con augere y no con el poder de la educación establecida patriarcal. También, junto a ella, y por eso no miente, se aprende el sentido de la verdad o de lo real, pues, para cada cosa, la madre enseña una palabra, trayendo el mundo real al mundo simbólico de la criatura, enseñando el léxico, la estructuración primaria de la experiencia, y también la sintaxis, la relación entre las palabras.

En consecuencia, el sentido de la relación y de la veracidad trasciende el sistema de la lengua, al mismo tiempo que abre sus posibilidades de expresión y creatividad; se podría decir, sus infinitas posibilidades semánticas. Y con esto engarzo el último hallazgo: el hablar en lengua materna. Hasta ahora he intentado definir someramente qué es la lengua materna, según mi lectura de las autoras correspondientes, y leyéndolas fue que descubrí que la frase hablar en lengua materna se repetía, sobre todo en la prosa de Milagros Rivera. Una mujer no pierde su sentido libre de ser mujer si no cede simbólico, si no cede el hablar en lengua materna, dice ella; se parece al no vender la mente de Virginia Woolf (no sé si es la mejor traducción). Es decir, hablar en lengua materna, para una mujer, tiene que ver con la libertad femenina, cualquiera sea el territorio que estemos pisando. Por supuesto, pensé en mí, en mi madre y en mis semejantas, si acaso hablábamos en lengua materna, y qué era esto de manera más precisa. Leyendo más, entendí que hablar en lengua materna es un modo, un complemento circunstancial de modo, un modo de estar en el mundo de manera original y política, porque una mujer que habla en lengua materna se reconoce en su origen y en una genealogía de mujeres libres, que le dan soporte simbólico, en su vida adulta, para hablar y relacionarse con otras mujeres (y con algunos hombres) a partir de sí, a partir de su experiencia, con independencia simbólica del patriarcado y sus estereotipos de la feminidad, con autenticidad, sintiéndose libre y con-fiada, en la medida de que ve, en su madre concreta y en otras mujeres, una fuente de valor femenino. De esta manera, se restituye el nexo, entre el sentir y el sentido, que Violi daba por perdido en la estructura profunda de la lengua y en el silencio oscuro de alguna mujer.

Enero 2020