Consideraciones sobre la práctica feminista de cambio lingüístico… o los destellos de insolencia

Quiero compartir tres reflexiones sobre la feminización del léxico que algunas feministas y lesbofeministas realizan como práctica subversiva. Por ejemplo, en lugar de decir “el cuerpo”, hablan de “la cuerpa” o “nuestras cuerpas”, etc.

Primero, la reflexión feminista sobre el lenguaje data –en cuanto a la historia reciente- desde mediados de los setenta, y continúa hasta hoy. La primera que se conoce –como estudio académico- es Robin Lakoff (1973) que introduce el concepto de Lenguaje de las Mujeres. No me detendré en el análisis de su texto. Sí me interesa señalar que, a partir de estos trabajos, más anclados al ámbito de la sociolingüística, se perfila una línea que investiga el sexismo en el lenguaje. Son estas mujeres quienes comienzan a estudiar y denunciar el androcentrismo de la lengua. Sus prácticas son decididamente institucionales: les interesa intervenir en los programas de estudio, en los diccionarios de la lengua y en asesorar institucionalmente un uso lingüístico no sexista. Esto se remonta al recurrido “hombre feminista” John Stuart Mill que, en el siglo XIX, pregona la incorporación de la palabra ‘persona’ en lugar de ‘hombre’ en los documentos oficiales. El filósofo británico, sabemos, se considera un precedente teórico para el feminismo liberal.

Estas incidencias lingüísticas formales no sirven más que para proponer usos andróginos de la lengua, siempre masculinos y falsamente neutros, y borrar simbólicamente, en consecuencia, la diferencia sexual. Claramente, los grupos no institucionalizados de lesbianas y feministas que apuestan por feminizar el léxico están actuando de manera contraria, pues están relevando el femenino por sobre el masculino, incluso como uso genérico, y están subvirtiendo los principios gramaticales de la lengua. No obstante, no difieren de las prácticas igualitaristas e institucionales en relación a la concepción de lengua y lenguaje que subyace a estas. Y con esto introduzco el siguiente punto.

Segunda reflexión. Si piensan que el sexismo se termina o el lenguaje deja de producir un efecto de realidad androcéntrico y misógino al feminizar el léxico, o bien, al privilegiar palabras que abarquen por igual ambos géneros, están equivocadas, incluso si se cree que feminizando subversivamente el léxico, o nombrando correctamente el femenino, se logra relevar la presencia de las mujeres tanto en el lenguaje como en el sistema cultural. Es una idea errada, porque -como lo desarrolla brillantemente la semióloga italiana Patrizia Violi en un libro traducido al español en 1991- la diferencia sexual ya está inscrita en la lengua, en su estructura, no solo del español, sino de todas las lenguas: eslavas, romances, germánicas, africanas, etc. Ahora bien, la inscripción de esta diferencia sexual es patética para nosotras las mujeres, porque el masculino se constituye como universal e incluye en su interior al femenino como un límite negativo. De esta manera, lo femenino es lo no masculino, las mujeres –en el lenguaje- somos lo no macho y, por lo tanto, también lo somos en todas las representaciones sociales. Y la manera que se nos propone para configurarnos como seres humanas, para ser personas, es asimilándonos a los hombres, quienes se autodefinen tanto varones como dueños de la humanidad. Por esta razón, para las mujeres, es desgarrador el lenguaje, porque su uso está constantemente anunciándonos nuestra reducción y desprecio.

Las lenguas son androcéntricas sin lugar a dudas. El problema es que la inscripción de la diferencia sexual o, con otras palabras, la inscripción de nuestra negación en las lenguas no se estructura a nivel léxico, semántico (connotaciones y metáforas) y gramatical; estos niveles son solo manifestaciones superficiales a las que subyacen niveles semánticos profundos en los cuales se inscribe estructuralmente nuestra negación. Se trata de niveles donde se organizan las formas elementales de la significación, donde se produce el sentido y cuyo anclaje se encuentra en el soporte material de nuestros cuerpos, emociones, percepciones y pulsiones (Violi, 1991). Se trata de niveles simbólicos primarios, que se han constituido mediante largos procesos sociales y culturales, decididamente patriarcales. Por eso, cambiar el léxico o intervenir los pronombres o los géneros gramaticales no produce cambio alguno, menos aún, si se trata de cambios formales, realizados por ley o decretos. Y ante cualquier modificación que se realice a nivel léxico o sintáctico, la lengua se acomoda rápidamente, pues cuenta con una gran capacidad de inercia y flexibilidad para reconstituirse de acuerdo a sus reglas internas.

Tercera reflexión. Todo lo anterior puede ser una crítica válida siempre y cuando el interés de estas intervenciones lingüísticas consista en trastocar el imaginario profundamente o transformar efectivamente la lengua, considerando que esta no es un mero reflejo de la realidad, sino, es productora de efectos de realidad. Para esto, las prácticas políticas deben ser más radicales y requieren de mayor trabajo. La lengua cambia o, como dice Rich (1978), podemos llegar a crear una lengua común nuestra –pues las lenguas son de los hombres- si re-nombramos el mundo desde nuestras experiencias ligadas a nuestros cuerpos, de tal manera que logremos abrir espacios de expresión que inscriban en la lengua una diferencia sexual autónoma y no complementaria –reducida- a lo masculino. Si la idea es provocar, llamar la atención sobre el androcentrismo y la misoginia lingüísticos, la alternativa de decir “la cuerpa” puede ser una voz de alerta que devela, pero no es necesaria ni suficiente para objetivos políticos más profundos.

¿Nos seguiremos autocomplaciendo con destellos de insolencia?

2013

16 comentarios en “Consideraciones sobre la práctica feminista de cambio lingüístico… o los destellos de insolencia

  1. Siguiendo esa lógica nunca más voy a decir la cabeza sino el Cabezo de un hombre, tampoco la muñeca sino el muñeco de un hombre porque no los incluye al nombrarlos . (Se te olvidaron esas y otras más «palabras universales»)
    Es que enserio esto ya es irse demaciado lejos no tiene sentido sentirse tan tocad@ solo por un medio para expresarnos y sobre todo para entendernos unos a otros por ejemplo en el caso de decir el muñeco a menos de que te lo explique no vas a saber si me refiero a una parte del cuerpo o un maniquí.

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  2. Estimada Andrea:
    Como lingüista y feminista, estoy de acuerdo parcialmente con tu artículo, estoy de acuerdo que los usos del femenino en sí mismos no bastan. Sin embargo, me desconcierta leer una conclusión que es aplaudida por varios hombres, como leo en los comentarios. En lo personal, cuando los hombres aplauden mis opiniones, eso me genera sospecha.
    Si bien es totalmente cierto que la misoginia y el androcentrismo en el lenguajes se estructuran a nivel semántico, en lo profundo de la simbolización del lenguaje -lo cual me parece totalmente evidente- y que para cambiar los imaginarios y usos del lenguaje no es suficiente utilizar el femenino -y lo distingo fuertemente del usar genéricos «neutros», que no hacen más que borrar la experiencia de las mujeres, exactamente igual que lo hace el masculino, por lo cual no defiendo en absoluto esos usos- , no pienso que sean estrategias ni banales, ni inútiles. Me surge la pregunta ¿dónde está anclada la semántica del lenguaje? ¿en qué nivel formal es que podemos verla, tangirla? La sintaxis y el léxico son el nivel superficial del nivel semántico, sí. Y por lo mismo, modificarlos no carece de sentido semántico.
    Finalmente, aunque habrá quienes piensen que el usar femeninos resuelve el problema del sexismo y androcentrismo, muchas de nosotras no tenemos una visión tan simplista (en un sistema patriarcal como en el que vivimos, ninguna estrategia por sí sola basta, creo que lo sabemos de sobra) y sin embargo, usamos el femenino. En lo personal, porque tiene un efecto tangible, como si de un acto de habla se tratara, un efecto que puedo sentir en mi cuerpa desde la primera vez que lo hice, del poder de nombrarme en femenino, el poder de escuchar ese grandilocuente fonema (que aunque fonema -incluso sólo como fonema- y como flexión de género, tiene significado, es decir, está llena de valor semántico, al menos en mi imaginario y puedo sospechar que en el de mucha más gente), siempre silenciado, negado. Saber que existe y que puedo usarlo sí me genera transformación, a mí y a mi entorno inmediato, cuando doy clases, en mi familia, en los espacios politizados. Por otro lado, la aversión que generan estos usos no es banal tampoco, creo que si se tratara sólo de un uso léxico sin implicaciones semánticas, a nadie le generaría aversión. Siento que no amplías mucho tu explicación de por qué los cambios léxicos y sintácticos no producen cambio alguno a nivel semántico, profundo. Difiero de esa separación tajante entre niveles en la cual unos no están conectados y predeterminados mutuamente con otros. Me encantaría leer más de tu argumentación para entender a fondo tu planteamiento.
    Finalmente, por supuesto que los cambios deben ser más de fondo -más radicales, pues- pero ¿por qué no atraviesan por ese cambio léxico y sintáctico? Y, sobre todo ¿por qué es leído como insolencia?

    Un abrazo

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    • Me parece tu comentario muy preciso Nadia, pienso que al nombrar desde lo femenino -cuando se ocupa- podemos enviar el mensaje de visibilizar el hecho de que nos hemos reapropiado de lo que nos pertenece, el cuerpo, por ejemplo. Aunque esta claro que dicha -apropiación- es parcial, de acuerdo a nuestras posibilidades dentro de este sistema machista. Es un hecho que no podemos negar la realidad material en la que nos vivimos a diario, pero sí comparte de las acciones imponernos desde nuestros territorios inmediatos como lo es el cuerpo, el análisis, las ideas.. y de ahí partir al discurso, a la lingüistica. Decir «cuerpa» es un acto de resistencia, es posicionarnos para decir MIO, contiene un simbolismo más allá, claro que no bajo la idea romántica de que con ello se cambie radicalmente algo, pero si pensáramos en dejar de hacer acciones porque con eso «no vamos a cambiar» nuestra realidad social de mujeres pues nos llevaría al mismo pensamiento mediocre el cual el patriarcado ya se encarga de instalarnos para mantenernos calladas.
      Por otro lado, también pienso que nombrarlo como «insolencia» es una manera de despolitizar el feminismo, porque por muy soñador que pudiera parecer, alzar la voz nunca será una insolencia.

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    • ¡Hola, Nadia! Gracias por la lectura atenta. Estoy de acuerdo contigo en que el uso de la A subvierte políticamente los contextos en los que se usa. Y prefiero este uso, incluso como genérico, si de desafiar las formas del lenguaje se trata. Tal vez en este texto, que es del 2013, fui al final del mismo intransigente en mi aseveración. En ese momento, me basaba en lo que observaba en la realidad feminista nacional.

      No obstante, mantengo la idea, y en eso coincido contigo, de que cambiar la forma de la lengua no incide en un cambio profundo si no va acompañada esta práctica de otras. Respecto de esto, Patrizia Violi, en quien me sustento para escribir el texto, plantea que la organización profunda del significado constituye el límite entre el cuerpo sexuado y la palabra. El orden patriarcal niega el cuerpo sexuado femenino y este acto fundante también se expresa en la estructura de la lengua.

      La negación se manifiesta en los niveles del léxico y la sintaxis donde predomina el masculino pseudo universal. El cambio, desde la organización elemental del significado, se basa en la toma de conciencia y de palabra de las mujeres. Justamente, en lo que ha consistido la metodología de los grupos de toma de conciencia del feminismo radical y el feminismo de la diferencia.

      Por lo tanto, el cambio profundo de la lengua se manifiesta más en el nivel de la enunciación, del discurso, donde esta primera persona sexuada en femenino se toma la palabra y, junto con ella, imprime, en la lengua, la expresión de un sentido libre de ser mujer. En este sentido, puedo hablar de mi cuerpo, y no de mi cuerpa, y estar creando igualmente, si el discurso parte de esta toma de conciencia política, un simbólico femenino por fuera de los contornos de los estereotipos codificados por el orden patriarcal.
      Además, muchas veces los cambios lingüísticos que operan a nivel de la forma de la lengua son rápidamente absorbidos por el sistema lingüístico androcéntrico que goza de una gran capacidad de flexibilidad para cooptar los cambios y adaptarlos a la lógica de su sistema.

      Un abrazo!

      (Logré por fin enviar la respuesta por acá).

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  3. La idea de insolencia está puesta en positivo y no en negativo, la tomo de Julieta Kirkwood cuando se refiere a las sufragistas como las mozas insolentes.

    Actualmente, estoy cuestionando la idea de que todas las lenguas son androcéntricas y, por lo tanto, necesitamos crear una Lengua Común, como plantea Adrienne Rich. El concepto de Lengua Materna de Luisa Muraro me ha dado pistas para pensar en que el orden patriarcal nos usurpa la lengua que aprendimos de nuestras madres durante la primerísima infancia, por lo tanto, más que inventar una nueva lengua se trata de recuperar la que nos ha pertenecido desde siempre, al ser las mujeres dadoras de vida y de palabra, como un solo hecho, marcado por el nacimiento y el cuerpo sexuado en femenino.

    Todavía debo profundizar más en este concepto para comprenderlo a cabalidad.

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  4. Wow, acabo de encontrar esta web y me ha dado la vida. Mañana me voy a pasar media tarde y noche leyendo todos los artículos, son interesantísimos y están genial estructurados y documentados.
    Muy aclarativos y reflexiones increibles, geniales para seguir formándose en el feminismo.
    Muchísimas gracias por todo tu trabajo Andrea, amor y ánimos desde España.

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