Relación entre mujeres: la edad

Para Angélica y Anita, con augere.

El vínculo entre una mujer joven y una mujer mayor es siempre temido en una sociedad patriarcal. Remembra el lazo roto, por el patriarca incestuoso, de la hija con la madre. Gracias a las reflexiones de las pensadoras feministas, sabemos que, de esta manera, la genealogía femenina, con la transmisión de sus saberes y del más femenino, es interrumpida. Y así como las representaciones culturales de la relación de la madre con la hija han sido escasas en los patriarcados, las que aluden a la relación entre mujeres con diferencia generacional, también. Para reparar este quiebre, las mujeres de la Librería de Milán descubrieron la práctica política y social del affidamento, que aparece profundamente desarrollada en su libro No creas tener derechos.

El patriarca quiere, para sí, a las mujeres jóvenes para disponer de su cuerpo y sus frutos, y denuesta a la mujer mayor. La fantasmagoría de la Bruja cumple esa misión, por ejemplo. La mujer vieja es perversa, poco confiable, hay que cuidarse de ella porque es peligrosa, etc. La separación por edades que el patriarcado ha impuesto en la vida de las mujeres ha sido eficiente para romper el nexo entre jóvenes y adultas o jóvenes y mujeres mayores. Su sentido del tiempo, que suma edades cronológicamente de forma lineal (un año, más otro año, etc.), coloca en compartimentos estancos la vida de una mujer, donde a cada edad femenina le corresponde una función para el afán reproductivista de su cultura. Así, la edad avanzada en una mujer es signo de deterioro e inutilidad.

El sentido patriarcal del tiempo es tan ajeno y falaz para la vida de una mujer como todo lo que la cultura androcéntrica ha creado desde su visión unilateral. Tan ajeno y falaz como el mito del orgasmo vaginal. Y esta ajenidad no es inocua, al contrario, afecta directamente nuestra existencia y nuestras relaciones. El miedo a la vejez es un fantasma que merodea en el imaginario social y, para una mujer, contiene muchas connotaciones negativas. Es esta dimensión del tiempo que Milagros Rivera Garretas llama Chronos, aludiendo al dios griego que simboliza este correr cronológico y sumatorio de horas, días, meses, años… Sin embargo, también nos cuenta de otro tiempo, el de Kairós. Este tiempo es más acorde a la experiencia femenina que a la masculina, dice la pensadora española, pues Kairós es el tiempo de las relaciones, del estar en relación por el gusto de estarlo, y es un tiempo no lineal, fluctuante, a veces lo sentimos comprimido e intenso; otras, lato y fluido.

Darle vida y forma al vínculo entre mujeres de edades distantes implica situarse más allá del tiempo patriarcal, a la vez que se lo pone en cuestión y en evidencia. Es decir, la relación entre mujeres sigue siendo revolucionaria, y necesaria para cada una, por todo lo que las pensadoras radicales de la diferencia han dicho y escrito, y también, porque, como parte de esta sabiduría, permite comprender el Tiempo y, por lo tanto, el nacimiento y la muerte, con sentidos acordes a la diferencia sexual femenina. Creo que este es uno de los importantes secretos, cuando es percibido, que la mujer mayor transmite a la más joven, y que la madre comunica a la hija, aunque no le ponga palabras siempre.

En un texto precioso y breve del año 1988, Luce Irigaray se refiere a la edad en la vida de las mujeres, en la vida nuestra; lo titula “¿Qué edad tienes?”. Sin que aluda a Kairós, percibo que este atraviesa las líneas del escrito de la autora belga. Dice Irigaray que las etapas en la vida de una mujer no son nunca lineales; son, más bien, parecidas a las estaciones del año. Cada otoño, cada invierno, etc., vuelve a repetir su ciclo, nunca idéntico. El cuerpo femenino tiene un tiempo parecido a este movimiento de las estaciones de la naturaleza, y sus edades conforman etapas, interrelacionadas y autónomas a la vez, cada una con su propio crecimiento y desarrollo.

La menopausia, por ejemplo, es una etapa en sí misma y no es el fin de nada. Al contrario, tiene su propio equilibrio hormonal y marca, para una mujer, una nueva forma de relacionarse con la vida social y política, más distendida. Asimismo, la elaboración espiritual de una joven de veinte años no es la misma que la de una mujer de cuarenta y cinco: “Sufrir el paso del tiempo como un envejecimiento lleva a olvidar la ventaja de nacer mujer, ventaja que nos exige sin duda una elaboración espiritual compleja, múltiple. En efecto, la espiritualidad de una jovencita no es la de una adolescente, ni la de una amante, ni la de una madre, ni la de una mujer de cuarenta y cinco años o más” (Irigaray, 1992: 111).

Es fácil olvidar la ventaja de nacer mujer, todavía en el fin del patriarcado. Parece que las luces de gas, que nos han echado encima, nos impiden aún mirar con claridad y sentir con certeza esta suerte. Cuando, por ejemplo, el periodo en que con Margarita Pisano nos resultó, en suficiente medida, la práctica del affidamento, siendo ella cuarenta años mayor que yo, nunca dejé de recibir comentarios negativos acerca de nuestra relación, no solo de parte de algunos hombres con los que me rodeaba entonces, sino también, de parte de las mismas mujeres del mundo feminista[1]. Sin embargo, esos cuarenta años de diferencia nunca fueron un impedimento ni una separación, porque no los veíamos como una suma de año más año, sino que estaban allí, entre nosotras, conformando un bonito puente, que se transitaba, con seguridad, de un lado hacia el otro.

Este es el misterio del Tiempo femenino, que se transmite en la relación de disparidad y affidamento que se puede dar entre una mujer joven y una mujer adulta. Como se infiere de la cita anterior, el paso de las estaciones por nuestras vidas nos puede conducir a un crecimiento espiritual. Esto significa que podemos sentirnos cada vez más libres de las ataduras y las trabas impuestas (familiares, culturales, etc.): “De sentirse más libres ante los propios miedos, ante los fantasmas de los otros, deshacerse de todos los saberes, deberes y bienes inútiles. ¡Una vida no es demasiado tiempo para llevar a cabo esta tarea! Avanzar en edad puede ayudarnos a franquear etapas que nos dejen más libres para velar por la realización de nuestra identidad” (Irigaray, 1992: 113).

Sintiéndome incitada por Rivera y Lonzi, reemplazaría identidad por autenticidad, porque yo deseo sentirme cada vez más libre de los cánones de la vaginalidad; de todo lo que me quita independencia simbólica, de todo lo que me lleva a usar la vara masculina, convencional e impuesta, para medir mi vida, mis sentimientos, mis búsquedas e interacciones. “Sufrir el paso del tiempo como envejecimiento” sería usar la vara patriarcal para experimentar mi edad y la de las demás. Si esta toma de conciencia se va afianzando en mí durante las estaciones de mi vida, bienvenido sea el crecimiento complejo y múltiple que acompaña el pasar de los años. Considero de vital importancia el no hacerme funcional al significado del tiempo patriarcal. Basta que mire alrededor para darme cuenta de los efectos individuales y sociales de este tiempo lineal, de las consecuencias nefastas de haber colocado a Chronos en el centro para explicar la vida, sobre todo en las sociedades capitalistas.

Entonces, la relación entre una mujer joven y una mujer adulta desafía la fragmentación por edades que el sistema pretende, no lo obedece. Más bien enseña, y la joven aprende de la adulta, que el tiempo no es necesariamente lineal, que los años no son un correr compartimentado hacia el envejecimiento, y que la “conquista de lo espiritual por parte de las mujeres” (ibid) radica en librarnos de estas y otras creencias. De hecho, aunque sabemos que, para nosotras, va más allá de ser una desobediencia, se trata de las más peligrosas, porque los patriarcas pierden su poder ante las mujeres grandes, de cualquier edad. Pues, ¿qué es el affidamento, sino la búsqueda de la propia grandeza?

Referencias principales para este texto:

Irigaray, L. (1992). ¿Qué edad tienes? En L. Irigaray, Yo, tú, nosotras, 109-113. Valencia: Cátedra.

Rivera, M. (2001). El tiempo y la palabra: dos dones divinos. En M. Rivera, Mujeres en relación. España: Icaria.


[1] Yendo un poco más lejos, el feminismo ideológico, en cada Encuentro latinoamericano, parceló generacionalmente a las mujeres; lo hizo con distintas estrategias, la mayoría discursiva.