2020
Mientras los días atraviesan la pandemia, voy sintiendo más y más, en mí, la revelación de la realidad que la oración “la naturaleza se reivindica sobrenatural” conlleva. Es el título de un texto político que hace muy poco publicó la pensadora de la diferencia sexual María Milagros Rivera Garretas en la página de Duoda[1].
Se reivindica, porque lo natural y lo sobrenatural nunca han ido desunidos, sin embargo, las sociedades patriarcales separaron una dimensión de otra, adjudicando la naturaleza, desde una mirada de la miseria, a las mujeres, y situando lo sobrenatural en la invención masculina de un dios padre. Sin embargo, la naturaleza existe en tanto experiencia femenina, y con este virus, se reivindica sobrenatural, como siempre ha sido. De manera tal que nos trae un antes y lo hace, precisamente, en el final del patriarcado:
“Pienso que esta es la brecha del presente que finalmente se ha abierto del todo: la naturaleza, lo natural, se está reivindicando sobrenatural, ocupando su sitio propio, el del principio, el del antes, el del siempre antes. Lo hace con un virus nuevo y ágil, y una enfermedad no grave que ha descolocado todos los regímenes y sistemas políticos.”
Es la brecha del presente que finalmente se ha abierto del todo: hace muy poco en este país estábamos en las calles de la Dignidad, percibiendo cómo la brecha del presente comenzaba a abrirse. Algunas mujeres deseábamos revelar el orden simbólico de la madre, más o menos implícito, más o menos dicho, por la revuelta social. No era tarea fácil en medio de tanta ira masculina y violencia de estado. Pero la naturaleza nos ha traído el antes y no solo el antes, sino, como dice Milagros, el siempre antes. Y desde este lugar, el orden simbólico de la madre se deja ver por sí mismo, sin que necesite ayuda, justamente, porque la brecha del presente se ha abierto del todo, y como leía ayer en otro texto de una grande, Ana Mañeru Méndez:
“[Los] consejos [son] los propios del orden simbólico de la madre desde antiguo: medidas de higiene elemental, agua y jabón, no toser ni estornudar cerca de nadie, guardar las distancias que preservan los cuerpos de infectarse, consumir y viajar solo lo necesario, ayudar, cuidar, mantener la calma, respetarse, ser responsables, dejar de acumular sin límite creyendo que el dinero nos protegerá de todo.”
El horror, que ha acompañado siempre a las sociedades patriarcales, también se hace notar ahora en el final. Horror al que las mujeres le hemos visto distintos rostros y lo hemos expresado con diferentes nombres, pues, como dice también Ana Mañeru, ojalá que junto al virus, contingente y temporal, caiga por fin lo más trascendente, insostenible y mortal de nuestra sociedad que persiste de manera que parece atemporal: la violencia de tantos hombres contra las mujeres, cuyo pilar más firme es la prostitución. Bienvenida la abolición es el título de su texto[2].
Las nefastas consecuencias de la (in)cultura patriarcal se deben al insistente intento de negar el siempre antes, pues se fundó y formó usurpándolo: la madre viene siempre antes, antes hay siempre una mujer, y genera, genera cuerpos, conceptos, palabras de lengua materna, relaciones, sintaxis, política, dice Milagros, recordando esta idea de Sor Juana Inés de la Cruz. Es el antes del contrato sexual que funda a la sociedad patriarcal, el antes de tomar y disponer del cuerpo femenino y sus frutos, antes de robar la obra materna e instaurar la mentira originaria que divide cuerpo y palabra, antes de hacer caer a las diosas. De esta manera, la naturaleza está ocupando su sitio propio, el del principio, en el final del patriarcado. Lo he visto estos días con las/os animales (salvajes) que han aparecido en las calles vacías y mudas de distintas ciudades en el mundo: pumas por Santiago, pavos reales por Madrid y un o una jabalí en no sé qué otro lugar.
Simbólica y materialmente comienzo a sentir el siempre antes en todo lugar y momento del presente, así como percibo que la naturaleza se reivindica sobrenatural. La distancia social, que es importante mantener para evitar el contagio, me lo representa bastante, por dar un ejemplo. La distancia social simboliza, para mí, este volver al inicio, pues es un volver a antes de que la política sexual del patriarcado se nos impusiera a las mujeres, a antes de que los hombres nos colonizaran con el coito heterosexual. Es como si la distancia social marcara simbólicamente un nuevo comienzo relacional, una nueva política sexual, donde el cuerpo femenino no se toma, la distancia se mantiene para empezar por respetarnos, conocernos y confiar. Como vienen diciendo y practicando las pensadoras de la diferencia sexual, una nueva política sexual que, para nosotras, reside en el placer clitórico y en la sexualidad de las caricias[3].
La distancia social, incluso, se aconseja viviendo bajo el mismo techo, es decir, dentro de casa, en el dormitorio, en la cama, que han sido cunas de la política sexual patriarcal. No obstante, en muchas casas, viven muertos vivientes y malolientes del patriarcado. Ojalá las mujeres los sigan expulsando de las casas, como amas de sus casas que son, que somos[4]. Tampoco soy ingenua para no saber que en este lugar, y en otros, la distancia social no se puede conservar, porque los muertos vivientes, que también son capitalistas, obligan a trabajadoras y trabajadores a salir de sus hogares para poder comer, colocándoles horarios y restricciones que las/os aglomeran en la locomoción pública cada día, haciendo posible el contagio y la expansión de la epidemia hacia las poblaciones. Además, se nos ha impuesto un absurdo toque de queda que saca militares a las calles para recordarnos otros y posibles horrores. Así están las cosas, por estos lados, en la brecha que abre el fin del patriarcado.
Junto al miedo y a la ansiedad que me han visitado por estos días, han estado acompañándome estas palabras libres de mujeres, que me dan felicidad y me recuerdan que el orden simbólico de la madre siempre ha estado presente en la vida y en mi vida, y que puede ser posible un nuevo comienzo donde nunca más el origen, el inicio, el siempre antes, sea olvidado, tergiversado, negado, absorbido o usurpado. En este momento crucial, con su sencillez acostumbrada, se deja ver y necesitar. Milagros Rivera Garretas termina su texto, este que me ha incitado tanto, diciendo que la experiencia del coronavirus es, como toda experiencia humana, sexuada. No sé si las mujeres la estamos diciendo mucho o poco en nuestros propios términos. Yo estoy intentado decirla, escribiéndola, en mi lengua materna: bienvenido el final y bienvenido el comienzo.
[1]Leer el texto en el siguiente link http://www.ub.edu/duoda/web/es/textos/1/252/
Hoy ha publicado un nuevo texto que aún no he tenido el placer de leer. Consultarlo en el siguiente link http://www.ub.edu/duoda/web/es/textos/1/255/
[2]Leer el texto en el siguiente link http://www.ub.edu/duoda/web/es/textos/10/253/
[3]Es Carla Lonzi quien la nombra así y Milagros Rivera Garretas profundiza en ello en un texto que se puede leer en el siguiente link http://www.ub.edu/duoda/bvid/text.php?doc=Duoda%3Atext%3A2019.04.0001&fbclid=IwAR1r2LPp-CywCUyP5fXjWJzmZajIj3q-dKgWey0iMLAkZvb38gNtOk5AU1Q